Comienza la función
en el circo espectral de los fenómenos
tres gordas engominadas pintadas como zulúes con jetas paranormales y una chaparrita maomeno potable nos reciben con sendas sonrisas postizas y la atención autista de auténticos androides.
Camino al anfiteatro nos advierten: no podemos fumar
(abre la angustia zurcos
en el rostro contrito
de mi padrino charly)
yo les pido café —extracargado—y, vuelto mico, me rasco con la loca comezón de un yonqui desastrado ayuno de heroína.
Llegados a proscenio introducen las ninfas al restorán del pánel: 1 bulímica, 1 anoréxica, 1 cieguito y 1 parapléjico que luego llegará componen la fatídica cargada; las rondas edecanes ofrecen aguachirle envasado en polyplástico y, ágiles suspiros, se pliegan al abrigo de su tribu —no conviene intimar con los extraños, cuantimás si de fenómenos se trata, quién quita y se nos pega— oigo pensar a alguna; como podréis notar —hipersensible— para entonces chirrío de glacial ignominia.
Sentados ante verde tafetán nerviosos esperamos cual potros pura sangre el arranque del derby .
Arriba el parapléjico en su flamante silla un chico ciertamente atractivo y simpatico,
y no
puedo sino
observar
que faltan 1 travesty, 1 lesbiana, 1 incontinente sexual, 1 esquizo, 1 senador panista, 1 ninfo fatal y l asesino de ancianas para complementar como dios manda esta liga general de la injusticia.
De lo alto descorren el telón.
El auditorio gris muestra su triperío de ballena cascada que aguarda su jonás: su largo costillar vacía de un bostezo su tedio metafísico (poco a poco se puebla de fauna estudiantil acarreada y perpleja, diaguileves en serie que esperan ser movidos, zarandeados, constreñidos, consternados …—¿los freaks lo lograrán?
Arranca la bulímica sus loas a la guácara en un tono tristón y veiticuatrorero, pero, ay, la oficiosa miseria no es negocio: la muñeca cosecha aplausos tibios.
Le sigue la anoréxica, montañas de ropaje ocultan a los ojos la extrema palidez de su belleza gandhiana; en su frío cotubernio con la muerte atufa los sentidos de algunas colegialas que prestan atención a su lamento sáfico disfrutando el sombrío sabor de la tragedia.
Cuando el aplauso amaina, toca al padrino charly —con chorrocientas horas de volar en tribuna, su voz autoritaria de vendedor de autos semidescarados apresa la atención de los usuarios: como experimentado cirujano del alma disecciona el problema del alcohol, expone sus verdades y falacias, sus huecos, sus abismos y —hAAy una solución, asegura a la banda que para entonces come, absorta, de su mano.
El aplauso melifluo arrecia de un tirón, pasa de chipi chipi a chubascada; el silencio luego cae como una lápida. Horror, me toca a mí…
Tras de cortar cartucho, insisto en que la droga está de pocamadre, (—el jodido fui yo—, recalco receloso calibrando el impacto de la frase) y me lanzo tendido en una perorata tornada apologia ferviente del atasque (pienso en Coleridge, Shelley, Baudelaire y Rimbaud): el ajo y sus vislumbres mercuriales, el opio y su dulzura trepidante, la brutal claridad del peyotazo, la aguda percepción chamánica-jolística-ego-desinfladora del derrumbe serrano, la buena calidad del churro azteca, el amargo sopor del nembutal, el corazón sensual de la tachuela, la patada de mula al hirviente placer de la tecata arponeada…
en fin, que los chavales paran mientes y oreja y cómplices sonrisas esbozan en sus caras.
Luego viene el bajón, de la prendida fiesta desciendo al albañal: la huída de la novia y los amigos, la oscura soledad del apestado, el descenso cabal al inframundo, la música funérea que deja lo perdido, las sombrías presencias de ultratumba, el delirio y su roedor aleteo de cristales, la caída en la horrenda bocaza del vacío, la desintegración de la locura (derretido cerebro/corazón chamuscado) y —al punto de la muerte— la mano salvadora de AA.
Si bien espeluznados, el aplauso es menor al del padrino charly.
Aún falta lo mejor
El cieguito nos habla de su vida. Con los ojos cerrados escuchamos la historia de su lucha contra la adversidad buscando entre tinieblas esa luz que, asegura, ilumina sus días. Aguantamos un rato pero pronto —nerviosos y agotados como buzos sin aire— los volvemos a abrir y beben nuestras órbitas la luz —la luz de neón lechosa, negruzca y calcinada semeja un coro de ángeles— felices de brotar hacia la superficie
El cieguito nos deja muy atrás
Pero viene a cerrar el parapléjico
Su vida marcha rauda sobre ruedas
El pavor inenarrable de despertar un día en cama de hospital para encontrarse inválido
un accidente de esquí su vida partida en dos un antes y un después irrevocables
muestra su manecita enjuta y esmirriada un injerto de E.T. devenido licántropo
el inmenso heroísmo de levantar con ella dos piernas insensibles en su sopor de trapo
la endiablada proeza de llegar a poder vestirse sin ayuda
de llegar a vivir a levantar su vida desde sus mismas ruinas
y casarse y arreglárselas para tener un hijo
no todas las páginas de su libro son grises asegura con una sonrisa
la vida es un misterio que vale la pena…
El auditorio exaltado rebosante de horror no puede más estalla en un aplauso
—surtido el efecto alarma to the max, aliviados se miran—felices los normales—se sacuden la ñáñara y abandonan la sala.
El staff agradece y presuroso se va.
Los fenómenos reímos un instante
ante el vacío costillar de la ballena
nos miramos sabemos que el circo ha terminado
y —tras la espuria Gloria del frío reflector—
los renglones retorcidos que un dios ebrio escribiera en el libro de la vida
volvemos a las sombras de nuestro anonimato.